lunes, 2 de febrero de 2009

Ceder angustia


El título de estas jornadas me llevó a pensar qué había de común entre el síntoma y el fantasma. Finalmente allí se podría incluir todo lo que el psicoanálisis tiene para enseñarnos. Podría decirse que por sus coordenadas un psicoanálisis comienza su andar y también que por allí pueden leerse sus conclusiones.

Un análisis transcurre en un tiempo transitado varias veces, un tiempo que comprende los de la infinitud de sus comienzos y los de la finitud de sus finales. Es un tiempo fragmentado, propio de la apertura y cierre del inconsciente, que implica varios momentos.

¿Qué decir del tiempo que se repite?

El tiempo que se repite es el del encuentro con lo real, con lo imposible, con lo traumático, con el sin sentido. La particularidad de este encuentro es que para lidiar con lo real se apela siempre a las mismas estrategias proporcionadas por el fantasma y el síntoma. Resulta así que el sujeto está apresado, congelado, en una temporalidad que ya no es azarosa. Es el tiempo del surgimiento de la angustia.

De la angustia tras la que el sujeto se parapeta se sale a condición de asirse a un deseo y en este sentido el deso resuelve la angustia.

Hay un tiempo de la repetición pero puede haber también un tiempo diferente, nuevo, distinto.

Para que este surja el analizante deberá ceder su angustia; no solo apaciguarla sino dejarla caer, desprenderse de su cobijo. Es lo que Lacan señala debe ocurrir durante un análisis al decir que el neurótico no quiere dar sino que quiere que se le suplique. Así, habría que enseñarle a dar su angustia. Cito: "es tan cierto que de eso se trata, que igualmente todo el proceso, toda la cadena del análisis consiste en el hecho de que al menos da su equivalente, de que comienza por dar un poco su síntoma" (Lacan, Seminario X, Clase del 02/12/1962). Tres años antes, dictando su seminario sobre la ética, Lacan decía que analizante deberá haber pasado al término del didáctico por la "hilflosigkeit", el desamparo en donde no puede esperarse la ayuda de nadie, experiencia previa al desarrollo de angustia que lo señala (Lacan, Seminario 7, Paidós, 1988, p.362)

Es decir que el analizante deberá experimentar justamente aquello de lo cual su angustia lo protege; deberá actualizar, volver a consumar, una pérdida.

El tiempo en el que el analizante se encuentra atrapado en los comienzos es el de no querer saber nada respecto de aquella pérdida mítica en la que se constituyó. El síntoma es una tentativa fallida de elaborar lo que existe fuera del sentido. Acaba conmemorando enigmáticamente al trauma, lo revive, lo recuerda, lo atesora, intenta atemperarlo. Si Freud definió al trauma como perturbación económica del aparato psíquico, con Lacan podemos decir que el trauma es lo real que no logra ser atrapado en la trama del sentido. Al lugar de esta trama para el sentido que falta, irá el fantasma.

Los tiempos del síntoma, los tiempos de las fases del fantasma, son los que el analizante se la pasa repitiendo, por los mismos lugares, con las mismas artimañas. Cuando menos por un tiempo.

No es el mismo tiempo el de la pérdida constitutiva del sujeto, que el de la pérdida que habrá de ser consumada en el transcurso de un análisis. Una y otra pérdida difieren, uno y otro tiempo también. Entre la pérdida en que el sujeto se originó y la pérdida que deberá re-experimentar, se ha erigido el muro de su yo, llámense ideales, señuelos, o de cualquier otra forma. Se ha abonado el sentido cuya consistencia proviene de la exclusión de lo real, aunque éste de todas formas se invita solo a la fiesta.

Esta actualización de la pérdida, este consentimiento a ella, no se da de una sola vez, también lleva un tiempo. Pero entonces es un tiempo 2. Si llamáramos tiempo 1 a aquel que se repite circularmente, este tiempo 2, cual fashes, hace vislumbrar otras respuestas ante lo imposible, otros destinos, otros desenlaces. Es un tiempo que no es pasado sino uno que va siendo.

Si en los comienzos de un análisis, se trata siempre del tiempo que se repite y que ahora nombramos tiempo 1, aquí en lo que hemos llamado tiempo 2, la repetición no está asegurada. Se trata entonces de ir haciendo la diferencia dejando a un lado la seguridad de lo conocido, dando espacio a la invención.

De cuánto un sujeto ama su síntoma vale como ejemplo la indicación que recibí durante una primer entrevista. Luego de explicar detalladamente aquello que lo desgarraba añadió "vos arreglame todo lo que me tengas que arreglar, arreglá todo lo que esté mal, menos este tema que te acabo de decir".

En cuanto a ese tiempo nuevo que hemos llamado tiempo 2, diré que esto -del orden del final de análisis- no es algo que ocurra únicamente en los tramos finales de una cura puesto que hay algo de los finales que se pone a rodar desde los inicios y se va presentificando cada vez un poco más.

De lo que en los inicios de un análisis anticipa algo de los finales, valga otro ejemplo. Se trata de un hombre de 57 años a quién atendí durante un año en un servicio hospitalario. Se presentó diciendo que "no podía tomar decisiones", mientras tanto iba perdiendo cosas. Al tiempo de iniciar su análisis pudo recuperar mucho de lo que había perdido, también comienza a tomar decisiones y a estas alturas dice "antes estaba prisionero, asfixiado, pero ahora estoy contento de vivir". En nuestro último encuentro me sorprenden sus palabras. "Ahora cambió todo; ahora se que tengo heridas internas, se que las tengo y se donde están. Me di cuenta de eso pero no desaparecieron, solo las recorrí un poco y van a seguir destilando pus. Eso antes me invadía y yo quería taparlas como con un parche, un apósito. Ahora se que están ahí y que de vez en cuando van a drenar. No están curadas, pero ahora estoy alertado de eso". Estas palabras, me parece son la confirmación de un cambio ya acaecido. En esto que el dice haber recorrido se anticipa algo del fin, algo de un tiempo donde lo contingente tiene un lugar, donde puede surgir lo novedoso.

Para concluir. En los inicios de un análisis hay un tiempo tanto actual como pasado, es decir un tiempo apresado, detenido, inapropiado. Hay hacia los finales un tiempo a ser creado en cada partida con lo que se ha dejado caer, un tiempo re-inventado, un tiempo no condenado a la era de lo impropio. Ceder angustia implica ceder ese objeto innombrable cuya función es la de ser causa del deseo.

M. Rau

Versión del trabajo presentado en las Jornadas "Síntoma y Fantasma" del Instituto de Estudios Psicoanalíticos, 2002. Texto orginal publicado en Acheronta Nº 16

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